Sobreviviendo entre mediocres

Un poco de todo; media docena de paranoia, dos litros de sarcasmo y cuarto y mitad de ironía cortada en lonchas finitas, que es pa'el niño.

miércoles, enero 17, 2007

Fontaneros Corporeision.

Hoy he recibido la visita del fontanero. Que te visite el fontanero es como si vieras un ovni en el desierto del Gobi: una experiencia cuasi-mística.

Los fontaneros siempre vienen de dos en dos, como la Guardia Civil de antaño. Siempre hay un fontanero que hace el papel de poli bueno que, o bien no dice ni mu, o bien te dice: "no se preocupe señora, en cinco minutos lo tenemos resuelto porque es una avería de nada", y el que va de poli malo, que no hace más que resoplar y negar con la cabeza, para al final decir: "qué va, qué va, aquí tenemos una buena, ufff, no sé yo esto cómo podremos..." .


Han llegado cuando aún no había amanecido. Muy educadamente se han limpiado los zapatos en el felpudo, que para eso está, pero para mi sorpresa, además de soltar una cantidad de tierra suficiente como para reforzar la muralla romana de León, la de Ávila y la China, el felpudo ha empezado a desintegrarse. No me preguntéis por qué, pero yo veía como esos tulipanes propios de Van Gogh que tengo, -tenía-, por felpudo, desaparecían hechos hilitos a cada pasada de los zapatones de los fontaneros.

Pasó en primer lugar el poli-fontanero malo. Cincuentón, bajito, con las piernas cambadas y cara de mala leche. Si no fuera porque era moreno, hubiera jurado que era Javier Clemente. Clavadito. Me vino un olor a azufre que me heló la sangre. Esto me pasa por ver el programa de Iker Jiménez, asocio indefectiblemente el azufre con el demonio. Pero no, el aroma era del sujeto en cuestión, que ya a las 8 de la mañana emanaba "Eau de Sobac" por cada poro.

Después entró el poli-fontanero bueno. En la veintena, alto, con cara de sueño, con un maletín más propio de un ejecutivo y bien peinadito. Creo recordar que no abrió la boca, porque para hablar ya estaba el veterano de la cuadrilla.

Les indiqué dónde estaba la avería. Por supuesto el único que asomó la cabeza por la pilastra donde estaban las tuberías fue el malote. Primero se quejó de que allí no se veía nada, y aunque subí la persiana hasta el punto de encajarla, encendí la lámpara de la mesita, los halógenos del techo, y una vela con olor a lilas que había encima de la tele, el tipo seguía diciendo que él allí no veía nada de nada. Le sugerí la idea de enfocar la zona con una linterna, y como si acabara de descubrir el radio, me miró sorprendido y le hizo un gesto al chico. Le faltó decir aquello de "secretario, reparte cartones, que vamos para bingo", porque comenzó entonces a requerirle todo tipo de material que el chico, diligentemente, le hacía llegar sin rechistar. Al final de la operación, el diagnóstico fatal: "Esta no es suya, señora, es de la comunidad, aquí no podemos hacer nada".

Resulta que el trabajo de los fontaneros se resume, a grandes rasgos, en saber diferenciar entre "Ts" comunitarias y "Ts" particulares. Si la "T" es comunitaria, el fontanero de tu seguro no la toca por nada del mundo, y si la "T" es particular, el fontanero de la comunidad te mira con desprecio mientras te suelta: "el problema es suyo, señora, yo esto ni mirarlo". Lo bueno es que las "Ts" deben ser como la belleza de Leticia Sabater: subjetiva donde las haya. Lo que para un fontanero es una "T" comunitaria de libro, para otro es una "T" particular como una casa de grande. Y ahí está el lío montado. Esta "T" de la que os hablo ya había sido diagnosticada como "T" particular, de ahí que vinieran Fontaneros Corporeision a arreglar el tinglado. Como claramente la postura de los dos fontaneros era irreconciliable monté en cólera y les dije que cómo era posible que no se pusieran de acuerdo con la "T" de marras, a lo que el fontanero veterano me pregunto: "¿no le parece que esta "T" es de la comunidad?, está claro, vamos".

Debiendo ver mi cara de alucinada el tipo le hizo un gesto al chico para que sacara algo del maletín, y éste sacó un aparato que mi incultura tecnológica no fue capaz de descifrar. Parecía una Blackberry, una Palm, un teléfono móvil de trochocienta generación... el caso es que tenía una pantalla más grande que mi propia televisión. No sé si marcó a la vieja usanza, no sé si marcó por voz, no sé si sacó un lápiz óptico, pero así, sin más ni más, el tipo grito: "yo aquí no meto mano, que lo veo muy difícil". ¡Hombre, le agradezco que me viera la cara de buena mujer! Y con las mismas chascó la lengua y dijo: "nos vamos, ya vendrán de la casa a mirárselo". Y ahí me quedé mirando a la "T", esperando algún tipo de revelación que me sacara de dudas.

Al día siguiente llegó el fontanero de la comunidad, éste iba por libre, sin compañía. Digo que era el fontanero porque él me lo dijo, porque por la pinta pensé que había salido de un combate de pressing catch, "El fontanero percutor". Miró la pilastra, le pegó un par de envites a la tubería y dijo: "tengo que reventarle la pared al vecino". No me había equivocado, el muchacho era un angelito. Tocó el timbre del vecino y salió el hombre herniao. Literalmente, pues estaba convaleciente de una operación de hernia. Mi madre trató de decirle al vecino lo que pasaba, pero antes de que hubiera abierto la boca el fontanero volvió a sentenciar: "le tengo que reventar la pared". Definitivamente le había llamado Dios por el camino del tacto y la delicadeza. El pobre vecino ni se resistió, "en tus radiales encomiendo mis tuberías" le faltó decir.

Volvió el fontanero a mi casa y se dispuso a encender la radial. El tío se debió perder 1º de chapucillas, porque es de cajón que lo primero que hay que hacer antes de encender cualquier artilugio mecánico es comprobar que está apagado. Pero no. En cuanto tomó contacto con el enchufe la radial, puesta boca abajo contra el parquet, se puso a dar más vueltas que la noria del Prater de Viena, de tal modo que comenzaron a saltar unas esquirlas del tamaño de una loncha de mortadela. El fontanero, al mismo tiempo que retiraba el enchufe, mencionó unos 40 santos del santoral a la vez que recordaba a toda su estirpe. Qué cuadro.

En la segunda ocasión que enchufó la radial atacó directo a la tubería y fue así como mi salita se convirtió en la Gala Final de Elección de la Fallera Mayor. Una fuente de chispas brotó de repente de la columna dañada y yo, atónita, asistí en primer plano como caían sobre la alfombra, el sofá, la tele... a la vez que mi casa, por el olor, se iba convirtiendo el un asadero de chotos. Faltaba Rita Barberá y un cartel que dijera "Espectáculos Ballester presenta...". Preferí no verlo, así que dejé al angelico trabajar a sus anchas.

A todo esto mi casa parecía el camarote de los hermanos Marx. Cada vez que trataba de cerrar la puerta aparecía alguien nuevo: un perito de la casa, un perito de la comunidad, el vecino convaleciente, el fontanero que iba y venía de una casa a otra, el del Círculo de Lectores, un vendedor de seguros y un señor de Albacete que venía de vista a casa de un familiar y se equivocó de piso. Mención aparte en los personajes que entraron en mi casa merece Macario, el conserje, pero dada su peculiaridad, hablaré de él en otro momento.

Sólo volví al escenario del crimen cuando el chico me dijo que ya había acabado. ¡Dos horas y me había colocado cuatro piezas de Lego en el lugar donde se encontraba la tubería estropeada! Sin necesidad de preguntarle me aclaró: "es lo que se pone ahora, si me firma aquí...".

Y después de 23 días la tubería quedó arreglada, aunque Macario dijo que él no podía dar la calefacción porque la caldera era de cobre fundido y podía reventar. Eso sí, Macario llamó a las 2 am de esa misma madrugada para preguntar si habíamos notado cómo se llenaban los radiadores. Debo de ser de cobre fundido, estoy que reviento.