Sobreviviendo entre mediocres

Un poco de todo; media docena de paranoia, dos litros de sarcasmo y cuarto y mitad de ironía cortada en lonchas finitas, que es pa'el niño.

sábado, noviembre 18, 2006

Los sentidos desbordados.

No creo en la felicidad absoluta. La felicidad plena es cosa de tontos, y no lo digo de un modo despectivo, si no entendiendo que solo las personas que sufren una cierta torpeza mental, por su incapacidad para entender que la vida esté llena de desilusiones, de inquietudes, de miedos,- que minan ese estado idílico -, pueden ser completamente felices. Dicho de otro modo, entiendo que la felicidad está hecha de pequeños momentos, momentos en los que los sentidos se desbordan.

Hace unos días me colmé de felicidad, sentí como cada uno de mis sentidos elevaba su nivel hasta el grado máximo y viví un momento feliz, uno de esos momentos que, inmediatamente, pasa al disco duro protegido por una contraseña especial que impide su borrado involuntario.

No había imagen, sonido, olor, sensación y sabor que superara a lo que en aquel momento veía, escuchaba, olía, sentía y saboreaba. De un lado el mar, ese insondable mundo acuático que me llama como si reclamara lo que es suyo. Del otro ella, concentrada en la carretera, susurrando una canción, ocupada en tomar mi mano. A lo lejos las olas rompiendo plácidamente sobre las rocas volcánicas, de cerca un duelo de violines firmado por Bach ( 2º movimiento del concierto para violines en Re Menor) que siempre logra elevarme. Por la ventanilla se colaba una mezcla de salitre y dunas, y de sus manos-cadena emanaba ese suave olor que la caracteriza, combinación de flores y frutas. En mis manos, la suya, la que quedaba libre con el volante, jugueteando con mis dedos, subiendo hasta mi boca, mordiéndola para convencerme, y convencerla, de que no era un sueño. En la boca el sabor del chocolate de la tarta que compartimos, y el de los besos que culminaron, a modo de postre, la comida.

No se puede pedir más, y no lo pido, solo que se repita de vez en cuando.