Sobreviviendo entre mediocres

Un poco de todo; media docena de paranoia, dos litros de sarcasmo y cuarto y mitad de ironía cortada en lonchas finitas, que es pa'el niño.

domingo, noviembre 27, 2005

Los que no están.

Siempre he oído que hay que tener miedo de los vivos, que no de los muertos, y me parece una afirmación muy razonable. Los muertos que siguen dando la matraca lo hacen por dos razones; 1º): Porque olvidaron comunicar algo a alguno de los suyos, con lo cual darán el mensaje y se quedarán tan tranquilos. Y 2º): Porque les has hecho la vida imposible y ahora vienen a devolverte la moneda. No creo que a nadie se le haya olvidado decirme nada, hablo mucho como se puede adivinar, y sería raro que a nadie se le hubiese pasado nada por alto. Así que en este sentido estoy tranquila. No he hecho la puñeta a mucha gente, pero haciendo memoria, a la gente a la que le haya podido tocar un poco las narices sigue vivita y coleando, así que nada, tampoco, resumiendo, no hay miedo que valga.

Quizás por todo ello hace días que comprendí que hay gente a la que le gusta pasear por los cementerios. A fin de cuentas son sitios tranquilos, sin niños gritando, ni pegando pelotazos, ni atropellándote con bicis y patinetes. No hay perros que vayan dejando rastro, ni dueños que vayan parsimoniosamente detrás de ellos, de esos que es el perro el que saca a pasear al dueño. (Algunos, dueños, deberian llevar bozal). Las avenidas son amplias y espaciosas, flores, cipreses, sauces y piedra completan el paisaje. ¿Por qué no pasear en un sitio así?.

Lo hice. Hace poco que lo hice. Paseé durante horas en un cementerio, mi cementerio, allí donde iré a parar. No había nadie, ya estaba cayendo la tarde, y a pesar de que no hacía frío, ya no eran horas para perderse por los caminos y veredas que lo cuadriculan. No tuve miedo, ninguno de los ruidos que pude escuchar me sobresaltaron. Dejaba arrastrar los pies por los caminos de piedras para tener siempre un rumor de fondo, el ruido más trágico en un cementerio es el más absoluto silencio.

Caminaba y se me iban viniendo a la cabeza toda esa gente que ha pasado por mi vida y que ya no está. El dato sería poco preocupante si la que suscribe estuviera inmersa en la llamada tercera o cuarta edad, pero cuando la menda lerenda apenas roza la treintena...cuando menos es triste.

Recordé a Laura, pasamos mil veranos juntas; era más lista, más guapa, más alta y más todo que yo, pero de los 7 pecados capitales creo que la envidia es lo único que no he desarrollado y me parecía una criatura encantadora. Sin duda había heredado el encanto de su madre, Candela, también desaparecida. Recuerdo su voz, levemente acentuada por el catalán, que cada verano me decía: "¡Qué aLLLta está !" y como en cada recodo de las calles que recorríamos pedaleando como posesas me decía: "VigiLLLa Anna, vigiLLLa".
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Ana, madre de una amiga. Todo el mundo sabía de su grave enfermedad, de su camino fatal en el que ya no había vuelta atrás y sus ojos estaban tan llenos de vida... Era una mujer hermosa, de sonrisa generosa y mirada arrebatadora. La vi 4 días antes... y me quedo con esa imagen.

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Meli y Gabi se fueron a un tiempo, madre e hijo juntos. Dicen que el dolor compartido es la mitad de dolor, y las alegrías compartidas el doble de alegrías, pero cuando el dolor es doble, por mucho que se comparta sigue siendo un dolor que se escapa de tu control. Estuve días derrotada. Meli, además de ser la hermana de mi mejor amiga, era una especie de confidente que con mirada picarona lograba sacarte todo tipo de información. La recuerdo riendo, a carcajada limpia, posiblemente se reía de nosotras, de lo pavas que se puede llegar a ser cuando se está en la edad ídem. Su hijo era un atleta, un deportista, un chino sano y fuerte, pero la carretera no entiende de plusmarcas.

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Y a ti, que a pesar de no haberte conocido eres el que más me pesas en el alma. A ti, que me vigilas, a ti con quien hablo, a ti que eres parte de mí como yo lo soy tuya, a ti que me lo diste y me lo sigues dando todo, a ti, por ser tú, por ser yo...

Y esa debe ser el único motivo por el que no me gusta pasear en Campo Santo, porque se me agolpan los recuerdos, se me encoge el alma y se me llena la vida de añoranzas.

P.D : Lamento que el tono de este post sea tan poco jocoso, pero es que de vez en cuando, me da hasta por hablar en serio.