Sobreviviendo entre mediocres

Un poco de todo; media docena de paranoia, dos litros de sarcasmo y cuarto y mitad de ironía cortada en lonchas finitas, que es pa'el niño.

lunes, marzo 20, 2006

De aquellas Logses estos botellones.

Han puesto el grito en el cielo porque nuestros jóvenes, a diferencia de los franceses, sólo se echan a la calle para reivindicar su derecho a emborracharse, miccionar, quemar papeleras, contenedores, reventar escaparates y demás fechorías en plena vía pública. Porque que lo hicieran en su casa, a mí, personalmente, me importaría un pito. Es más, estoy deseando que una especie de maldición divina les haga controlar sus esfínteres en plena calle de tal manera que sólo pudieran dar rienda suelta en su casa, y así, nada más entrar, plantaran un pino como el de Rockefeller Center en pleno recibidor (hall que dicen los más finos) y dos pasos más allá, en pleno pasillo, soltaran una pota digna de record Guiness.

Se quejan los niñatos que las copas en los locales son caras, y esos mismo niñatos llevan un móvil de última generación, con vídeo incoporado para grabar sus salvajadas, que es lo más in, que no baja de los 200€. Visten zapatillas deportivas que pocas veces bajan de los 120€ y se van del lugar del botellón conduciendo coches que superan los 120 Cv.

Todos hemos pasado por la época en que se bebe, más o menos, como rito de socialización. La cultura lo impone. Vivimos en un país donde la cultura del "bebercio" está a la orden del día. Las mayores reuniones y fiestas de este país están "regadas" y bien regadas. Todo acto festivo requiere su colofón alcoholizado: ese brindis con champagne, cava catalán o sidra el gaitero, para que no se enfade nadie; esas reuniones de amigos en torno a unas cervezas; ese tapeo acompañado de unos vinitos al acabar la jornada laboral. En este país casi se bebe por ley orgánica, es el país de Europa con mayor número de bares por habitante, y eso, se mama desde bien pequeñito.

Por si fuera poco a esa cultura de la bebida como acto perfectamente normalizado se le une la generación de la Logse, donde rige la ley del mínimo esfuerzo, donde no sólo no se premia a los más trabajadores, sino que son objeto de la burla y el escarnio por parte de los más descerebrados. Siempre se ha tenido cierta tirria hacia el sabelotodo, hacia la marisabidilla que siempre llevaba los deberes hechos y levantaba la mano a cada pregunta, pero en mi época, la cosa no pasaba de una mirada de "odio" o como mucho un comentario malicioso por parte de la malvada de la clase. En ningún caso se le vejó, se le insultó y mucho menos se le puso la mano encima. Quizá, porque si eso hubiese ocurrido, los padres de la salvaje le hubieran puesto el culo como la sarten de un churrero, sin que por ello la niña sufriera traumas y problemas psicológicos. Ahora no se puede dar un azote a los niños, porque se trauman, y si se lo das a los 8 años al día siguiente el niño ha denunciado a sus padres ante la Oficina del Defensor del Menor, ¡manda webos!

Esos pequeños tiranos no tienen ninguna responsabilidad, y no la tienen a los 3, a los 5, a los 8, a los 12, a los 15 años... El niño a los 3 tiene la boca como un fraile, no hace más que pedir, y los padres, para no ser menos que el vecino y porque su niño no va a ser menos que nadie, tiene la réplica del coche de Fernando Alonso, la PSP y un Furby que cada día analiza el Ibex 35 y le aconseja cómo invertir la propina de la abuela. A los 5 no hay Dios que le haga hacer los deberes, porque él ya ha decidido que de mayor va a ser hacker para cargarse a la empresa que hace los Furbys y así reventar la Bolsa de Tokio. ... A los 12 el chaval llega con 8 suspensos, ¿pero hijo, cuántas asignaturas tienes? - 10 papá, he aprobado "Grandes borracheras de la Historia Universal" y "Si ves un inmigrante no le pegues...salvo que tengas móvil para grabarlo todo". Y pasa al siguiente curso.

Estoy generalizando sí, pero poco se puede esperar de quien no ha tenido jamás que hacer un esfuerzo por tener algo en su vida. Hay una generación de inútiles, que se les ha "educado" para la nada. Una generación cuya máxima expectativa es la llegada del fin de semana para volver a coger un pedo del quince y así "pasarlo bien". Como decía no sé quien: "no me gusta beber, porque me gusta estar consciente cuando me lo paso bien". Y es que está prohibida la palabra disciplina, porque suena a militar y eso da mucho yuyu. Ni responsabilidad ni disciplina, un caos.


Recogen los servicios de urgencias niños que no llegan a los 15 años rozando el coma etílico y cuando llegan sus padres les sueltan aquello de "¿quiénes son ustedes para llevarse a mi hijo?". A partir de ahora los padres que no quieran que sus hijos sean "molestados" por los servicios médicos o por los cuerpos de seguridad que le hagan un cartel a sus hijos "mis padres pasan de mí, no me molestes japuta" y allá penas, en vez de en camilla se lo harán llegar en una bolsa negra bien cerrada.

Esa es su cultura y esos son sus valores. Ahora resulta que es más delito fumarse un cigarrillo que dejar que tu hijo caiga medio muerto en medio de la calle con el hígado destrozado. Esto es lo que hay.

Bebamos, sigamos con la Logse y acabaremos recogiendo cadáveres por las calles.